Qhuinn descansaba la
cabeza sobre las manos. Tenía una resaca de mil demonios pero daba igual. Blay
llevaba horas en el quirófano con Havers. Las enfermeras que entraban y salían
hablaban de hemorragias internas, perdidas de sangre y huesos rotos. Por mucho
que susurraran, Qhuinn oía cada palabra y estaba destrozado por dentro. No lo
podía perder. No se había movido de la sala de espera. Ni siquiera para
cambiarse, aunque los hermanos le habían traído ropa.
- ¡Qhuinn!
Las voces de John y
Kihara lo hicieron levantarse. Se abrazó a sus dos mejores amigos con fuerza.
Aunque Kihara llevaba poco tiempo en su vida, la consideraba casi como una
hermana.
- John, Kihara. ¿Qué
hacéis aquí? Vuestra luna de miel aún no ha terminado.
- V nos ha contado lo
de Blay. Teníamos que estar aquí. ¿Cómo está él, se sabe algo?
- Aun lo están
operando. Pero… no pinta bien John.
- ¿Y tú cómo estas
Qhuinn?
Kihara. La dulce Kihara,
siempre preocupada por todos.
- No lo sé. Si lo
pierdo…
- No lo vas a perder.
Blay es un luchador, saldrá de esta. Pero, ¿Por qué no te cambias? Así cuando
salga…
- No. Hasta que no sepa
algo más, no me muevo de aquí.
En ese mismo momento,
salió Havers del quirófano con el rostro sombrío. Todos los hermanos lo
rodearon de inmediato.
- ¿Cómo está?
- ¿Se va a recuperar?
- ¿Podemos verle?
Qhuinn permanecía
callado, pero se había puesto de pie. Tenía los brazos lacios al lado del
cuerpo, pero apretaba los puños con fuerza. Sentía la presencia de John y
Kihara a su lado, apoyándole. Havers lo miró directamente a él cuándo hablo.
- Hemos podido detener
las hemorragias internas, le hemos alineado los huesos, para que curen bien, y
le hemos curado todas las heridas, con puntos donde era necesario.
Qhuinn soltó el aliento
que había estado conteniendo, pero Havers no había terminado aún.
- No está curando tan
rápido como debería. Necesitamos que venga una hembra a alimentarle.
John interfirió.
- Kihara puede…
Havers lo callo antes
de que pudiera terminar.
- El problema es que
está en coma. Y no sabemos cuándo puede despertar. Si es que lo hace.
Qhuinn sintió como toda
la esperanza lo abandonaba de golpe. Escucho como Vishous hablaba con Havers.
- Voy a por una
elegida.
- De acuerdo. Eso puede
ayudar, pero le tendremos que alimentar muy poco a poco, ya que el solo no
puede tragar.
- Entiendo. Traeré a la
más fuerte. Enseguida vuelvo.
Havers se acercó a
Qhuinn.
- Si quieres puedes ir
a verlo.
Qhuinn avanzó de
inmediato, pero Havers lo detuvo.
- Antes, tienes que
ducharte y cambiarte. No podemos arriesgar una infección con lo débil que esta.
Tardaría años en recuperarse. En mi oficina hay un cuarto de baño con ducha.
Puedes usarlo.
Qhuinn asintió.
- Gracias doctor.
Qhuinn permaneció bajo
el agua hirviendo solo unos minutos, asegurándose de que estaba muy limpio. Se
vistió rápidamente y volvió a la sala de espera donde los hermanos seguían
esperando.
- Micaela esta con él.
Lo alimentara para que coja fuerzas cuanto antes, y pueda curarse del todo. Se
pondrá bien.
John le apretó el
hombro. Sabía que la elegida Micaela era una de las más fuertes. Solo
alimentaba a los Hermanos en casos extremos, y aunque Blay no era un Hermano,
este caso definitivamente era lo suficientemente extremo para que necesitara su
ayuda.
- Gracias
John asintió.
- Por ofrecer que
Kihara…
- Fue ella la que se
ofreció, y Blay lo necesitaba. Haríamos cualquier cosa por vosotros, eso lo
sabes.
Qhuinn asintió
emocionado.
Micaela salió del
quirófano donde se encontraba Blay.
- He alimentado al
soldado Blay. Volveré cada dos horas para alimentarle de nuevo, hasta que este
recuperado.
Antes de poder darle
las gracias, desapareció.
- Qhuinn, puedes pasar
a verle. Solo unos minutos, que tiene que descansar.
Havers le abrió la
puerta y Qhuinn entró en otro mundo. Maquinas que pitaban intermitentemente,
tubos conectados a esas máquinas y en medio de todo eso. Blay. A Qhuinn se le
encogió el corazón. Blay estaba pálido, tenía moratones, cortes y puntos por lo
que se le veía del cuerpo, que no era mucho. No se quería ni imaginar las
heridas que quedaban escondidas bajo las sabanas. La culpabilidad lo inundaba.
Si no lo hubiese buscado, Blay no se hubiese enfadado y no se hubiese marchado
solo, en busca de los antis. Todo esto era por su culpa. ¿Cómo podía hacer para
arreglarlo? Con cuidado se acercó a Blay y susurro “lo siento” antes de posar sus
labios sobre los de él.
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